Las primeras 48
horas.
Después de Ecuador (2013) no
volví a salir del país. Desde entonces pasé por varias dificultades económicas,
cambios de trabajo, mudanza a una ciudad nueva y concreté la oportunidad de que
me publiquen dos libros; en los últimos dos años. Todo eso frenó un poco mi
hambre por viajar. Lo frenó. No lo extinguió. Además, desde que comencé a
viajar por Latinoamérica (1998) lo hice solo y esa situación ya me había
agotado. Me estaba poniendo apenas grande (el hardware a los 40 no rinde como a
los 30) y quería empezar a viajar con una compañera. Así que esperé hasta que
se presente una oportunidad inevitable. Era hora de volver a viajar con algo de
estabilidad financiera y menos jugado, desde varios puntos de vista. Cuando se
me presentó una oportunidad financiera que pude capitalizar en la forma de un
viaje al exterior, y después de consolidar una pareja con mi actual novia por
dos años en sana convivencia, llegó el momento de levantar la mochila que
recorrió prácticamente todo el continente americano.
La decisión sobre Colombia fue
fácil: era uno de los cinco países que me faltaba visitar de la masa
continental de este hermoso continente. Además mi novia quería conocer un país
nuevo y teníamos excelentes referencias de su gente, playas y cultura. También
se ajustaba al acuerdo/presupuesto del que disponía para generar esta nueva
aventura.
Como de costumbre, me equipé con
lo justo y necesario para estar una semana en el exterior, en condiciones de
movilidad y alejado del lujo. Toda la ropa que llevé era descartable y escasa.
Llevé un jean (puesto), siete remeras, un short, cuatro trajes de baño (debería
haber llevado solo dos), dos pares de zapatillas, unas sandalias y un buzo
(ambos de más), una campera (puesta, sobre todo para el frío adentro del avión)
y ropa interior para una semana. Llevé dos libros (Tarzán en el Centro de la Tierra de Burroughs y
Chamamé de Oyola), medicinas, kit de emergencia y artículos prácticos que suelo
usar en viajes (Victorinox, etc). Además de una lona para la playa, una toalla
y una carpeta con información impresa acerca de Cartagena. No recuerdo haber
llevado mucho más.
Así que tomamos el vuelo CM 364 de
Copa Airlines a las 5 a.m desde Ezeiza (Buenos Aires), con escala en Ciudad de
Panamá, con destino final Cartagena de Indias en Colombia. Decidimos volar por
esta aerolínea porque era un vuelo bastante directo y las horas de espera, en
la escala, a la hora de conectar vuelos no eran demasiadas. A la ida solo
tuvimos una hora de espera en el Aeropuerto de Tocumen y la dedicamos a ubicar
la puerta de salida de nuestro próximo vuelo y a tomar un café con donuts de
Dunkin Donuts (que lamentablemente no está en Argentina). Este aeropuerto sería
protagonista de una lamentable parte en el final del viaje. Yo ya conocía Tocumen
por mi anterior paso por Panamá (2006).
El vuelo con Copa Airlines fue
muy bueno. Más allá de la amabilidad de su tripulación y lo moderno de su
flota, para mí cumplió con un aspecto muy importante: la comida. En seis horas
de vuelo nos dieron un sándwich de pollo con una bebida al despegar y un
desayuno completo (se podía elegir hotcakes o omelette) antes de aterrizar. Y en
el breve vuelo de Panamá a Cartagena nos dieron nuevamente un sándwich de jamón
y queso con una bebida (yo elegí uno de mis jugos favoritos: Guayaba).
Viajamos durante seis horas de
Buenos Aires a Panamá y allí debimos restarle dos horas al uso horario. En el
aeropuerto de Cartagena nos esperaba el señor Nelson Padilla (+573135334047)
que nos llevó rumbo al hotel que teníamos reservado: el Hotel Aixo Suites (+573114034918
- reservas@hotelaixosuites.com
– Marbella Carrera 2 #47-10). Apenas alejado del centro histórico (unas 15
cuadras, y por eso era más barato que otros) tuvo un precio razonable de 2700
pesos por día (42 dólares – cuando el dólar estaba 60 pesos), con desayuno incluido
(además de tener piscina, gimnasio y vista al mar). Aunque intento alejarme del
lujo, cuando el lujo es accesible no le huyo. Hace años me amigué con el dinero
e intento mantener un bienestar acomodado cuando mi bendito país me lo permite.
Argentina sigue siendo un país carísimo. Sobre todo si tenemos en cuenta que
este hotel colombiano era más barato que uno de 3 estrellas en Bahía Blanca,
donde me hospedé para presentar mi último libro hace pocos meses.
Tanto en migraciones, como en el
hotel, me preguntaron por mi profesión y pude decir que era traductor y
escritor sin sentir vergüenza, ya que este año dedique gran parte de mi tiempo
a estas actividades que me mantuvieron ocupado y a flote desde lo económico.
Mis manías al llegar a un país
distinto pasan por llegar al hotel, desempacar y “reconocer el terreno”
alrededor del hotel. Luego de ese “procedimiento”, nos acercamos al Centro
Histórico para tener un primer abordaje de ese sitio.
El Centro Histórico de Cartagena
es muy colonial. Junto al mar, se encuentra la Ciudad Vieja
amurallada, que se fundó en el siglo XVI, con plazas, calles de adoquines y
edificios coloridos. La fortificación antigua se debe a que Cartagena ha participado
de conflictos bélicos, y también sufrió
los ataques de piratas y corsarios provenientes de Europa, lo cual supuso que
fuera fuertemente fortificada durante la administración española. Hasta el
punto de ser la fortaleza más robusta de América del Sur y del Caribe, llegando a estar casi tan reforzada
como el mismo Golfo de México en su época. En la actualidad se mantiene su
arquitectura virreinal con una seria supervisión del Estado.
Con el paso del tiempo,
Cartagena ha desarrollado su zona urbana conservando el Centro Histórico y
convirtiéndose en uno de los puertos de mayor importancia de Colombia, del
Caribe y del mundo, así como un célebre destino turístico. La población total en
la ciudad es de casi un millón de habitantes, siendo el quinto municipio más
poblado del país.
Este Centro Histórico y la
«Ciudad Amurallada», fueron declarados Patrimonio Nacional de Colombia en 1959
y por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1984. En el año 2007 su
arquitectura militar fue galardonada como la cuarta maravilla de Colombia.
Para los visitantes, la ciudad
ofrece diversos planes para sus 11 kilómetros de playas y un archipiélago de
islas cercanas, las cuales son ideales para disfrutar de la brisa, el sol y
realizar todo tipo de deportes náuticos. La ciudad contiene gran cantidad de
calles, callejones y murallas esperando ser exploradas. Es una urbe digna de
ser investigada. Ya sea en coches tirados por caballos, en bicicletas, en segways o
a pie. Cualquier método de transporte sirve para asombrarse con los balcones
floridos de Cartagena y sus atardeceres que delinean las siluetas de garitas y
fuertes. La ciudad encanta con su arquitectura, que no solo abarca los estilos
colonial sino que también despliega el republicano y moderno.
El cambio de dólares a pesos
colombianos (llamados informalmente cops)
era de 1 a 3000 cops. Durante esa semana osciló apenas en alza y llegamos a
cambiar hasta 3150 cops por dólar. Yo hacía los cálculos de referencia con el
dólar, acorde a mi presupuesto, y trataba de no pasarlo a pesos argentinos
porque sino sentía que estaba gastando de más. El viaje lo pensé en dólares y
traté de no pensar en pesos argentinos. Los precios en Colombia y Argentina, en
lo cotidiano, son similares. Sin embargo, la calidad de muchos de sus productos
es superior. Por eso no dudaba en pagar un poco más por algunos ítems. Aunque
los artículos en oferta en Colombia estaban realmente en oferta y llegamos a
pagar con un descuento del 40% en muchos productos.
En este recorrido inicial por el
Centro Histórico comencé la ingesta de una de mis pasiones colombianas: sus
empanadas. En un puesto callejero a 2000 cops (0,80 centavos de dólar) probamos
una de jamón y queso, y otra de pollo. Cocinan con harina de trigo, como la
polenta, lo cual le da un gusto particular y además el relleno es distinto al
argentino. Acompañé las empanadas con un coco en la calle a 1,80 dólares y
luego pasamos por un supermercado y comencé mi raid de compras de productos de
comida, que incluso me traje a mi hogar en la costa argentina (hace tres años
estoy radicado en la ciudad costera de Necochea, en la provincia de Buenos
Aires). Los precios del supermercado eran – lógicamente – más baratos que los
de un restaurante, pero también me hicieron reflexionar acerca de la oferta de
productos que tenemos en nuestras góndolas australes. En los últimos cinco años
Argentina sufrió una recesión financiera, una asfixiante inflación anual y una
estrepitosa caída en nuestra calidad de vida. Lo cual también se transfiere a
los productos que consumimos en un súper. Colombia puede ser un poco más caro
que Argentina (apenas, y depende de qué productos se consuman, porque también
puede ser claramente más barato), pero tiene una amplia cantidad y una notoria
calidad en bebidas, panificados, productos cerrados, etc. En Argentina tenemos
siempre los mismos sabores, los mismos fiambres, las mismas comidas, las mismas
bebidas. Nos falta apertura mental y estomacal. Porque incluso muchos cambios
alimenticios son favorables para la salud y el bolsillo del consumidor. Pero
bueno, parece que la masa argenta quiere seguir tomando jugo de pera…
A favor de Argentina es que en
las calles de Cartagena era demasiado notoria la diferencia de clases. Era
fácil de registrar quién era de clase alta, media y baja. Por vestimenta,
lenguaje corporal y poder de gasto, claramente. Cartagena se huele como una
ciudad conservadora y católica, donde la clase alta prefiere vestirse de blanco
y camina con el mentón alzado.
En la primera noche cenamos
quizás el mejor plato de todo el viaje: una ensalada que tenía palta, tomates
cherry, quínoa, camarones y corvina trozada (10 U$). Una delicia. Ese plato lo
eligió mi novia y yo ataque una picada para dos que fue solo para mi, e incluía
alas de pollo, papas rústicas y guacamole (8 U$). Para beber yo probé una
michelada, con la que se convirtió en mi cerveza favorita de Colombia: la Club Colombia. La michelada
salió 3 dólares y una limonada para Jimena salió 2 dólares.
Como hacía calor, rumbo al
hotel, también me pedí una Kola Román. Esa bebida cola es una cola autentica de
Colombia de color roja y sabor indescifrable, pero que me encantó. Una botella
chica de Kola Román oscila entre 1 o 2 dólares, depende dónde se la pida.
En el segundo día desayunamos a
las 9 de la mañana. No soy amante de las mañanas, soy extremadamente noctámbulo,
pero el desayuno estaba incluido en el costo final, sabía que era completo y no
me iba a defraudar. Valía la pena que me despierte temprano. Desayuné huevos
revueltos con cebolla y salchicha, papas rústicas, tostadas con manteca, arepas
y jugo de lima y naranja. A favor de la gastronomía colombiana es que usan
mucho la lima y es abundante. Al haber desayunado todo eso, para almorzar solo
comí una empanada de jamón, queso y piña en la cadena de empanadas “Típica”.
Desde el hotel tomamos un taxi por 15 minutos hasta las playas de Boca Grande.
Era difícil adquirir la tarjeta de transporte público y si compartías el viaje
de taxi (en este caso con mi novia) el costo no era muy distinto al del
colectivo. Lo cual también te da la pauta lo caro que es el transporte público.
El viaje nos salió 8.000 cops y en esas playas es donde están todos los
turistas recién llegados y los residentes “platudos”. Los mejores restaurantes
y comercios están paralelos a esas playas.
Un punto fuerte en contra de
Cartagena es la asfixiante venta ambulante. Si bien está bien que todos estén
trabajando, por otro lado te das cuenta que están todos precarizados y resulta
muy molesto la venta incesante. En una misma playa te ofrecen masajes cada 10
segundos, te llaman desde adentro del agua para que te subas a un jet ski, te
regalan carne de cangrejo y después te piden una colaboración, etc. Es muy permanente
y molesto.
En este segundo día Jimena se
compró unas Crocs nacionales por 5 dólares y paseamos por el centro comercial
NAO para matar un poco el calor de la tarde. En este centro comercial no hay
grandes comercios pero sí tienen un lindo patio de comidas con precios
moderados. Se puede comer una bandeja por 4 dólares.
Cuando se puso el sol, fuimos a
tomar café a uno de los locales de Juan Valdez. Tomamos un café simple,
filtrado, barato, y sin embargo exquisito. Al punto que me acerque al barista y
le pregunté qué tipo de café era. Resultó ser un café del Valle del Cauca,
famoso por su sabor cítrico y gusto intermedio. Ideal para nuestro paladar. Los
argentinos consumimos café brasilero de mediocre calidad. El colombiano es buenísimo
pero al argentino promedio le puede parecer fuerte. Por eso el del Cauca es
ideal.
Colombia tiene al menos 8
regiones de cultivo de café con propiedades distintas. Compré 4 tipos de café
en grano, desde fuerte a liviano, para moler en casa y beber con amigos. Para
el devenir diario compré la marca Sello Rojo que es el que usa el colombiano
promedio todos los días.
En Colombia se produce el café 100% arábigo (coffea arabica)
producido en las regiones cafeteras de Colombia,
delimitadas entre la latitud Norte 1° a 11°15, longitud Oeste 72° a 78° y
rangos específicos de altitud que pueden superar los 2.000 metros sobre el
nivel del mar. Colombia tiene la suerte de tener los tres factores ideales para
generar buen cafeto: tierra fértil, altura y temperatura. A nivel mundial, Colombia
es el tercer país productor de café y el
mayor productor de café suave en el mundo. Desde
mi experiencia como connoiseur du café
les cuento que Colombia produce el segundo mejor café del mundo. El mejor café
podría venir de Jamaica (Blue Mountain) y en tercero lugar pondría el estilo
Robusta que procesan bien en Medio Oriente.
Durante el siglo XX el
café fue el producto primordial dentro de las actividades comerciales
colombianas. El café se cultiva, preferentemente, en terrenos entre 1.300 y
2.000 metros de altitud. Sus plantaciones ocupan en la actualidad más de un
millón de hectáreas con una producción anual de unos doce millones de sacos.
Los principales departamentos productores de café
son Huila, Antioquia, Tolima, Caldas, Valle del Cauca, Cauca, Risaralda, Santander, Cundinamarca, Nariño, Quindío, Norte de Santander, Cesar, La Guajira, Magdalena, Boyacá, Meta, Casanare y Caquetá.
En esa segunda noche me pedí una
pizza grande para cenar, de Domino’s pizza, al cuarto de la habitación. Hacía 6
años que no comía una. Desde Chile (2013). Es mi pizza favorita en el mundo.
Jimena sigue prefiriendo las pizzas argentinas. La pagué 10 dólares y en el
supermercado de la esquina compré una gaseosa de limón Pow! que subí a la
habitación. En Colombia no tienen los reparos que hay en Argentina, y otras
partes del mundo, con respecto a subir comida ajena al hotel a la habitación.
Me pareció genial. Tienen una excelente mentalidad de servicio en los hoteles
colombianos. Brindan un servicio. Si uno lo quiere, lo pide. No te arrinconan
para que lo pidas. El servicio y las instalaciones del hotel Aixo Suites fueron
excelentes. Estuvimos en Cartagena y ese hotel por 4 noches.
CONTINUARÁ
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