Viva Méjico (o México, como le gusta a ellos ;)
Mi viaje a México en 2005 es una
parte fundamental de mi vida. Mi vida sin México, quizás hubiese sido distinta,
y no creo que para mejor. En mis vacaciones en ese país, tomé muchas decisiones
que hoy me definen como soy.
En 2004 junté dinero y ganas, y
diagramé un viaje de mochilero desde México, D.F hasta Panama City en Panamá,
en 30 días. Antes de irme, en una conversación informal con mi amigo Alejandro
Cavalli, el Hombre de la Pipa me comentó que tenía amigos en el Distrito Federal y que
gustosamente me irían a buscar al aeropuerto. Yo no entendía por qué la buena
onda, será que yo no puedo ser así ;) Con lo cual un 15 de Enero a la madrugada,
llegué a D.F y me fueron a buscar los
colegas periodistas, amigos del gran Cavalli. Por esos misterios de la vida,
nos caímos bien con Gina y Rubén, y aún hoy día los considero mis amigos. Rubén,
ya en el auto, rumbo a mi hostel, comenzó a relatar lo que debería hacer en esa ciudad. Yo me dejé llevar por sus consejos, porque había demasiada buena onda y porque creo en el
destino. En esa madrugada helada me dejaron en el hostel detrás de la Catedral
(el mejor hostel en el que me haya quedado jamás) y pactamos volver a vernos en unas
horas.
El Latinauta había ascendido y había desembarcado en el Distrito Federal de México.
El Latinauta había ascendido y había desembarcado en el Distrito Federal de México.
La Ciudad
de México, Distrito Federal,
México, D. F, es la capital y el núcleo urbano más grande del país,
así como el principal centro político, académico, turístico, económico,
financiero y empresarial. La Ciudad de México es la octava ciudad más rica del mundo. Ésta se encuentra stuada en el Valle de México, a una altitud de 2.240 metros . La
población de la capital es de alrededor de 10 millones de habitantes, de acuerdo
con la definición acordada por el gobierno federal y estatal, la capital en
conjunto con su área conurbana suman más de 21 millones de habitantes, lo que la convierte
en la quinta aglomeración urbana más grande del mundo y en
la más grande del continente americano. La ciudad fue fundada por los mexicas con el nombre de México-Tenochtitlan, en el año 1325, ciudad que se
convertiría en lo que hoy conocemos como la capital del Imperio Azteca.
El Sábado 15 por la mañana, después de dormir unas horas, primero
me pasó a buscar por el hostel otra colega que se llama Jessica, amiga de
Rubén, Gina y Cavalli; y en media hora me gustaba todo sobre ella. De Jess no
voy a comentar nada por respeto y porque todavía me mantengo en contacto. Es
una de las mujeres más importantes de mi vida. Más tarde llegó Rubén y los tres nos
fuimos a tomar a un bar exclusivamente de tequilla, a metros del
hostel, detrás de la Catedral. Así empezó mi viaje: desayunando tequilla, inundado de buena onda y rodeado de gente muy querible.
Tomamos Tequila Torito con bifes con
cebolla y ajíes, y de ahí nos fuimos a un comedero a tomar cerveza, tragar algo
más y seguir hablando hasta el final del día. Recuerdo que sentía que con mis
colegas éramos todos iguales. Me sorprendía el frío que hacía en México en
Enero y lo grandes que eran sus monumentos. D.F me parece linda, grande,
luminosa y un buen lugar para vivir un tiempo. Quizás un gran lugar para vivir
si uno es escritor. Me atrapaba la importancia que le daban los mexicanos al fútbol
y la política, casi como los argentinos; me sentía muy a gusto.
A la mañana siguiente, mis amigos
(porque a las 24 hs así lo sentía, y ya eran más que colegas), me pasaron a
buscar para ir a visitar las ruinas de Teotihuacan. Una hora de manejar y
contar historias después, habíamos llegado a las ruinas mejor mantenidas que vi
jamás: Teotihuacan.
La impresionante zona arqueológica
de Teotihuacan se ubica al norte de la Ciudad de México, a unos 45 kilómetros , y se
puede acceder a través de la carretera a Pachuca. Teotihuacan, que en Náhuatl
significa: "La Ciudad de los Dioses", es uno de los lugares más
impresionantes de México. El
topónimo es de origen Náhuatl y fue empleado por los mexicas, pero
se desconoce el nombre que le daban sus habitantes.
La historia de Teotihuacan se inicia hacia el
año 600 a .c,
cuando algunas de las pequeñas aldeas agrícolas del Valle de México empezaron a
especializarse en la elaboración de diversos productos, que con el tiempo,
empezaron a intercambiar con los pueblos vecinos. Ya para el año 200 a .c, esos pueblos se
asentaron en la zona aportando sus respectivas filosofías y conocimientos. Teotihuacan era básicamente una aldea en
expansión que cobraba importancia como centro de culto en la cuenca del Anahuac.
Como muestra del alto grado de civilización que
alcanzó esa cultura, hoy en día perduran algunas de las edificaciones
prehispánicas más impresionantes del mundo, como la Pirámide del Sol (La
segunda más grande de México), La Pirámide de la Luna, el Templo de
Quetzlcoatl, entre otros, todos alineados alrededor de una gran avenida de más
de 2 kilómetros
que se ha dado por llamar "La Calle de los Muertos", debido al gran
número de pequeñas pirámides que se encuentran a su paso, lo que hizo creer a
los primeros arqueólogos de la zona que se trataba de mausoleos.
Cuando terminamos de visitar las ruinas
de genial diseño urbanístico, nos fuimos a la casa de los padres de Jess donde
comí el mejor mole con pollo, arroz y frijoles de todo México. Bajamos todo con
un poco de pulque y arrancamos para Coyohalcan, que lo recuerdo como una buena
mezcla de Recoleta, San Telmo y Coconut Grove. Para concluir ese día, cené solo
en uno de mis lugares favoritos de D.F: el café-cantina El Café Popular, que
está a pocas cuadras del Zócalo. Ese lugar está abierto las 24 hs y tiene un
armonioso equilibrio entre turistas y locales. Es un muy buen lugar para ir a
comer de paso, o tomar café y escribir hasta cualquier hora.
Será que D.F me sienta bien, pero al
tercer día ya me sentía local y había muchas razones que me hacían sentir a
gusto. Algunas de ellas son: los desayunos con cereales y frutas, que hubiese
algo de materialismo estadounidense pero sin pasarse, que hay razones políticas
muy parecidas a las de Buenos Aires, y que como en Baires, D.F tiene un interesante
espectro cultural. México City es enorme, pero igual me movía de acá para allá,
solo o con amigos, a pie, en los taxis escarabajos, o en el metro; y un poco como
pez en el agua. Comía barato en la calle o en las cantinas-comederos, pero con
cuidado porque no es fácil para los estómagos no acostumbrados a ese tipo de
comidas a diario. En esa ciudad vi por primera vez dvds piratas y medio que me
obsesioné con comprar muchos. Adaptaba mi pronunciación para que se me entienda
más claro, alternaba entre comida local (bastante en la calle) y de U.S.A
(Subway, KFC, etc), y paseaba por muchas calles y barrios, pero disfrutaba
andar por la Avenida Juárez e irme a cenar solo. Caminaba, sacaba fotos,
escribía, comía, visitaba lugares como el Palacio de Bellas Artes, el Museo
Mural Rivera (donde descubrí al artista Miguel Covarrubias a quien Dave Mc Kean
le ha robado descaradamente), la Torre Latinoamericana (con su mirador del piso
42) y otros impresionantes lugares. No sé por qué siempre me sentí súper cómodo
en ciudades como New York y Vancouver, algo parecido me pasó con D.F. El Distrito Federal es una ciudad que siempre me trató bien, incluso desde niño ;)
Por las noches o iba a El Café
Popular o iba a cenar con amigos, y en casa de Rubén probé, y entendí, como
verdaderamente tienen que prepararse y saber las enchiladas tipo Guadalajara
(estas tortillas marinadas en chiles secos, servidas con mole o palta, son
difíciles de llevar si no te gusta el picante, pero para mí estaban
buenísimas).
Al próximo día, recorrí decenas de
editoriales para dejarles mi propuesta editorial para mi primer novela, junto a
Omar (hermano de Rubén), quien me acompañó en la titánica empresa. Otro
referente de la amistad y el altruismo mexicano citadino. Con Omar almorzamos
cochinita pibil, limonada y tomé mi segundo café favorito en lo que llevo de
vida: un café libanés de la ostia (el mejor café para mi siempre va a ser la
colada cubana que tomaba sobre Washington Avenue en Miami, pero en segundo
lugar pongo ese café libanés que tomé con Omar Don).
Por las noches, si estaba solo,
tenía la agradable rutina de leer, escribir y siempre probar un plato distinto
del menú de El Popular, y - por ejemplo - tengo buenos recuerdos de los tamales
oaxaqueños (que venían con pollo y un poco de polenta picosa envueltos en hojas
de plátanos verdes), y con la infaltable palta y frijoles refritos habían
quedado bárbaros. Antes de irme a dormir, me tomaba un café (total a mí no me pega) y leía en la cama,
en un cuarto que compartía con dos ingleses y un francés; con quienes generalmente
conversaba de los principales temas de los hombres alrededor del mundo: fútbol,
mujeres y política. Durante la luz del día, hacía mis cosas y me veía con mis
amigos locales, y por las noches comparaba notas con mis hermanos mochileros
globales. Eran días épicos.
Por suerte en ese mes de mochileo
caminé mucho y quemé bastante, porque me encantaba comer en la calle cosas como tacos de milanesas/pollo/pavo
con un batido de guayaba con agua antes de visitar el Museo del Templo Maya,
por ejemplo. La clave de un buen taco mexicano (a no comparar con la basura
tex-mex a la que nos tienen acostumbrados a nivel global) está en que la
tortilla sea buena, el queso sea tipo queso de cabra y que lo acompañe unas
buenas cebollas, palta, crema quesera o frijoles refritos.
Como no podía comer tacos todos los días, alternaba con tortas de queso y salchicha o hot dogs “picosos” y los bajaba con cerveza Victoria. Y ahora muchos me preguntan por qué tengo problemas gástricos…digamos que desde mi adolescencia hasta mis treintas creí que tenía un vortex en el estomago y que no habría un precio a pagar. Pero siempre lo hay, con todo.
Con la banda mochilera de mi
habitación, había códigos de convivencia: no darle rienda suelta al meteorismo nocturno,
manuela o vomitar en presencia de otros. Una noche llegó un chileno, no respetó
esos códigos, y apurada de por medio en un baño, a la mañana siguiente pidió
irse a otra habitación. La integración latinoamericana no siempre aplica.
Antes de irme de D.F, visité quizás
el mejor museo de todos en México City: El Museo Antropológico de Chapultepec.
Enorme, impresionante y lleno de réplicas. Ahí me despedí de Olivier, Steve y
Nick, mis hermanos mochileros amigos del no-future, para seguir camino al sur
hacia Acapulco junto a Jess, Rubén y Georgina.
D.F es una ciudad que tiene mucho,
de todo, para vivir bien, para sorprenderse con una excavación arqueológica en
el medio del subte, para aprender, para apasionarse, es una ciudad en la que tranquilamente
podría vivir un tiempo, y a la que seguramente vuelva algún día.
Aunque me molestaba tener que pagar
casi todo en cash, no me molestó para nada las cinco horas de micro que unen México
City y Acapulco, que es linda y funciona como la Mar del Plata de los
mexicanos. Acapulco es una ciudad
y puerto mexicano ubicado en el estado de Guerrero, en la costa sur del país. Es cabecera
del municipio homónimo y su bahía semicircular fue bautizada con el nombre de Santa Lucía, correspondiente al día de su
descubrimiento por navegantes españoles.
Más caro que D.F y con muchos más
vendedores ambulantes que en la capital del país, me sorprendió que el mar azul
de Acapulco no tenga muy buenas olas, a pesar de estar en el Pacifico, y es también
novedoso como el mar tiene límites de boyas para restringir el nado y dejar
pasar a los barcos.
Yo creo que el verdadero mochileo del
2005 empezó en esa ciudad, porque bajamos a una playa privada donde había
seguridad en la arena con ametralladoras y a mí me shockeó, pero cuando semanas
más tarde estuve en Honduras, rogaba que hubiese seguridad con bazookas para cuidarme.
Pero bueno, de Centroamérica van a leer más adelante.
Aunque en Acapulco hay de todo:
Mansiones como la de Luis Miguel, hoteles carísimos y hoteles módicos, bares
para la elite y bares para el pueblo, la ciudad y sus playas no me mataron. Acapulco
safa, nada más. Tengo grandes recuerdos de cuando estuve ahí, el hotel, los
tragos en Barbarojas, el pulpo enamorado, las caminatas por la playa…y un 23 de
enero arranqué en serio como Odiseo hacia lo que me quedaba de viaje, pero sin
tripulación y dejando mucho atrás. Con el diario del lunes…creo que dejé
demasiado.
Rumbo a mi próximo destino, tuve que
esperar en la terminal desde las 3pm hasta las 6:45 am para tomarme el bus
hasta Puerto Escondido. En ese tiempo comí, chequee emails, dormí una siesta
sobre mi mochila y terminé de leer Good
Omens. Después de ese garronazo, subí al micro y ocho horas más tarde,
llegué a la ciudad donde decidí qué hacer el resto de mi vida.
Ubicado en el estado de Oaxaca,
Puerto Escondido se localiza a 290 kilómetros de la capital del estado, entre
las serpenteantes montañas que colindan con la costa sur del Océano Pacífico. La
bahía y un grupo de gigantescas rocas separa a este sitio en dos partes: la
zona llamada Bacocho, donde los grandes hoteles protegen al visitante del ruido
de la ciudad, y Zicatela, la playa que ofrece acción en un ambiente cosmopolita.
Zicatela, significa
"lugar de espinas grandes" y tiene una longitud de 3 km .
Cuando llegué a mi ciudad favorita
en todo el país, me hospedé en el Hotel Mayflower, acomodé mis cosas y me fui
derecho a la playa. Pasé por Playa Marinero, Playa Mirador, pero el objetivo
siempre era llegar a la playa surfer del lugar: Playa Zicatela. Esta playa
ubicada donde está la rompiente de rocas, tiene olas bastante buenas y olas
bastante jodidas que tiran para adentro; algunas generan un tubo tan cerrado
que primero te palman la tabla y después te tira para adentro. Entre los
surfers que había parando en la playa, había una buena mezcla de experimentados
y principiantes. Aunque yo soy de los que todavía usan longboards, la
coexistencia con los pros era buena, siempre dentro de los cánones del respeto.
En el agua uno entiende como son los escalafones, y cuando viene una muy buena
ola, si te mandás antes que un experimentado, mejor que la agarres, porque si
perdés la ola y se la hacés perder a uno más experimentado que vos, así como se
aceptan patadas en un partido de futbol, en el surf te podés comer desde una
puteada, o hasta que te fajen afuera, e incluso que te rompan la tabla si la
tribu es muy pesada. Por suerte en Latinoamérica hay buena onda y la mezcla de
hippie + surfer da un surf pacifico que no es tan conflictivo como el de U.S.A
o Australia.
Las playas de Puerto Escondido son
muy lindas, relativamente seguras, anchas, con la gente sentada muy dispersa,
surfeando o todos mirando el cálido mar verde de esa parte del Pacifico (porque
el Pacífico no siempre es azul y frío). En esa primera tarde en la playa,
acostado sobre el longboard, con el atardecer de frente me pregunté: ¿Qué
carajos quiero hacer de mi vida? Y la respuesta fue casi espasmódica: Quiero
escribir, publicar, viajar, tener una compañera de aventuras, una guerrera, y
no atarme a un préstamo o a un laburo esclavista que me haga vivir para
trabajar. Así que decidí organizar mis clases de inglés como empresa, con el
único objetivo de tener plata para vivir y viajar, pero sobre todo para que me
deje tiempo y cerebro para lo más importante para mí: escribir. Hasta hoy
sostengo lo que decidí ese día. Tuve la suerte y la capacidad de organizarme
bien, tener jefes y socios que me formaron, parejas que me apoyaron, algunos amigos
y algunos de la familia que me empujan, y la suficiente Fe en mi mismo de
seguir el plan que empecé a armar cuando tuve el Satori de Puerto Escondido. Aunque el camino esté lleno de curvas,
tengo muy claro el mapa de ruta y qué quiero en mi vida.
El segundo día en Puerto Escondido,
fue uno de sorpresas. Cuando me desperté a la mañana, desayuné una torta de
pollo con un licuado de papaya y me fui a la laguna de Manialtepec a hacer un
poco de kayak. Cuando regresé a mi hostel, escuché que tenía voces nuevas en mi
habitación, y cuando afiné el oído, no lo podía creer y entré a la habitación con
un rotundo: You guys! Por algunas razones de la Fuerza, mis compañeros de
habitación del hostel de D.F, con quienes recorría lugares turísticos, y a
quienes había dejado para seguir camino rumbo a Acapulco, se alojaron no sólo en
el mismo hostel donde me encontraba, sino que a mi misma habitación! Con la inesperada llegada de
mis hermanos mochileros, daba para quedarse unos días más, más allá de la falta
de días y dinero. En definitiva, después de los abrazos y las charlas, estuve
toda la tarde con ellos mostrándoles lo mejorcito de Puerto Escondido, que yo ya
había conocido.
Por la noche, decidimos irnos a la playa a tomar, y se nos unió
una sueca de la cual el francés que paraba conmigo estaba enamoradísimo. Así
que todos juntos fuimos a tomar, algunos se pusieron a fumar, y a la hora, en
medio de la noche/madrugada, nos cayó un comando policial armado con
ametralladoras, chalecos, pasamontañas, etc; buscando drogas y alcohol…por suerte
me crié en Baires y Miami, y alguito de calle aprendí. “Estos quieren una
mordida”, me dije. Encima, yo era el único que hablaba español. Con lo cual,
primero calmé a todos, les dije a los comandos que si no había una mujer entre
ellos, a la sueca no la podían revisar y que el alcohol lo habíamos comprado en
el hostel, el raid lo deberían estar haciendo en el hostel y no a nosotros.
“Que no, que ustedes los turistas son todos iguales, blablabla”, decían, hasta
que tiré: “Disculpen las molestias, sigan con su trabajo, busquen a los que
tengan que buscar y les vamos a pagar una multa por sus molestias, sin que nos
den un recibo, y me llevo a todos estos gringos al hotel y no nos ven más”. Yo
no soy líder, pero cuando las papas queman, creo que puedo convencer hasta a
Lucifer. Así que los comandos se calmaron, separaron a la sueca y a casi todos
los que estaban conmigo (al único al que le seguían apuntando fue al negro
Steve a quien todos le decíamos Arnold, por Different
Strokes, al final todos éramos unos racistas de m…). Finalmente, me di
vuelta y les dije a todos mis amigos, “Denme todos los dólares que tengan, ya!”.
Juntamos como 40 U$ y con eso nos dejaron ir, y pisaban todas las botellas,
siguiendo con la fantochada de que estaban ahí para proteger y servir…la
policía alrededor del mundo es siempre igual: unos farsantes delincuentes de
uniforme.
Al otro día fuimos todos a la playa
y mientras el francés (Olivier) se quería levantar a la sueca (Methe), Steve
(alias Arnold) y Nick (alias Moby) se dedicaron a tomar sin parar todo el día. Yo los
miraba desde adentro del mar. Estábamos en la Playa Zicatela y yo estaba flotando
con una tribu de 2 ingleses, 2 australianos, 2 brasileros, 1 canadiense y 1
mexicano. Los más inexpertos éramos el canadiense, el mejicano y yo, pero los
Kahunas nos dejaban algunas buenas olas para agarrar. El oleaje de Zicatela es
bueno, pero es complicado, y además en el suelo hay muchas piedras, con lo
cual, si caes de cabeza después de agarrar una ola, quizás te lastimás mal con
las piedras del fondo. Agarré un par de buenas olas, pero esa tarde me pegué
cada revolcón y tragué tanta agua que al final terminamos todos flotando mar
adentro sentados en las tablas, hablando de surf y la vida, que es casi lo
mismo, como cuando uno hace paralelos entre el fútbol y la vida. Una tarde
mágica.
Me quedé un día más donde lo único
que hice fue estar en la playa tomando sol, comiendo, bebiendo con mis hermanos
de mochila y agarrando mis últimas olas (y el guardavida nos terminó llamando
para volver a la costa porque estaba muy picado el mar). Después de tragar más
agua de mar, tomar cerveza, comer arroz con hamburguesas y reflexionar un poco
más con mi banda, les tuve que decir que me tenía que ir. Me hubiese encantado
quedarme con ellos, o más aún haberme quedado en D.F, pero la misión debía
continuar y tenía una restricción de tiempo y dinero. En 22 días tenía que
estar en Panamá. Así que después de una pizza en el restaurant Puesta de Sol y
más cerveza, armé la mochila durante la noche y me fui de madrugada.
Antes de partir, se
despertaron todos para saludarme y nos prometimos volver a encontrarnos por el
mundo. Como en cualquier parte del planeta, me subí a un taxi encomendándome a
que el taxista no me paseara y llegué a la Terminal de Bus, donde me tomé un bus
de Estrella Roja para ir desde Puerto Escondido a Oaxaca. Algún día voy a
volver a Puerto Escondido, amo ese lugar, me acomodó la cabeza.
Rumbo a Oaxaca, miré la inolvidable
película “El Agricultor” protagonizada por los Pumas del Norte, mamita, eso es
cine ;) Cuando llegué a Oaxaca, sabía que estaba de pasada, pero igual decidí
quedarme una noche en el hostel La Paulina, para descansar de mis días de
playa, cerveza y surf en Puerto Escondido. El nivel de los hostels siempre es
muy aleatorio, el de D.F era como un 5 estrellas de hostel, en el Mayflower de
Puerto Escondido no se podía tirar el papel higiénico en el inodoro y en La
Paulina de Oaxaca era como estar en un 3 estrellas, pero en el que sólo
aceptaban cash.
En Oaxaca hice lo que en algún
momento se vuelve necesario para todo mochilero: bañarse bien, dormir bien,
comer bien y lavar toda la ropa sucia de la mochila, para seguir camino lo más
limpito posible.
Oaxaca de Juárez es el verdadero nombre de la ciudad que
mal llamamos simplemente como Oaxaca, que es capital del estado de Oaxaca, así
como cabecera del municipio homónimo. La ciudad de Oaxaca
está postrada sobre un fértil valle con clima templado y lluvias en verano. En medio de mi descanso en esa
ciudad, me fui hasta las ruinas de Monte Alban, pero después de haber estado en
Teotihuacan, cualquiera de las ruinas me parecía mediocre. Oaxaca es lindo, pero no me
resultó vital.
El Distrito Federal es un must para empaparse de la Mejicanidad (palabras, comidas, precios, estado de situación del país, turistas), Acapulco es puro desmadre (playa, boliches, bares), Puerto Escondido es para relajar, caminar en la playa, tomar tragos, una linda mezcla hippie-honeymooner-surfer. La onda de Oaxaca era tranqui, naive, segura y con un lindo Zócalo.
El Distrito Federal es un must para empaparse de la Mejicanidad (palabras, comidas, precios, estado de situación del país, turistas), Acapulco es puro desmadre (playa, boliches, bares), Puerto Escondido es para relajar, caminar en la playa, tomar tragos, una linda mezcla hippie-honeymooner-surfer. La onda de Oaxaca era tranqui, naive, segura y con un lindo Zócalo.
De Oaxaca destaco el Mercado de
Oaxaca, donde se puede comprar de todo, y comer Tamales a la Oaxaqueña, que en su lugar de origen siempre son mejores. Y sobretodo en el Portal del Marquéz, donde comía
muy bien tanto lo local como lo gringo. Los tamales oaxaqueños tenían pollo,
salsa verde y frijoles refritos, todo envuelto en chala; y las hamburguesas
eran caseras. Ahí incluso tomé un café
con “cuernitos” (medialunas de manteca :)
Antes de irme de esa ciudad, pasé
por la Iglesia de Santo Domingo y me quedé impresionado con los ángeles en
relieve que tienen en el techo; y en la calle almorcé chapulines fritos con
torta de queso de cerdo con chile.
Y si, solía ser un talibán gástrico. Aunque sólo me podía hacer el talibán a nivel gástrico porque el nivel de seguridad que había en Oaxaca era alto. Había seguridad privada, policía y policía turística; que ayudaba o “contenía” al extranjero que se descarriaba. La sensación de comer con guardaespaldas era muy loca.
Me quedó en el tintero irme hasta
Huatla, a navegar con hongos y un shaman, pero como mochileaba solo, no quería
despertarme del trip sin ahorros y con la muerte de la botella...Así que algún
día volveré por esos lares a conectarme con el campo antropomórfico.
El 20 de enero llegué a San Cristóbal
de las Casas. Aunque tenía intención de entrar en territorio zapatista, cuando
hablé un poco con los locales, decidí ser menos intrépido y cuidar la torta de
guita que tenía en la riñonera, y con la que debía sobrevivir un mes más. Si
bien la ciudad es pequeña, es agradable y vale la pena visitar el Cañón del Sumidero.
San Cristóbal de las Casa es la
capital cultural del estado de Chiapas, debido a sus abundantes expresiones
multiculturales, y a la gran cantidad de personas de distintas nacionalidades, y
profesiones que aquí viven. Es un “pueblo” de 200.000 habitantes, lleno de
arte, casas pintorescas, pequeñas calles empedradas, galerías, artesanías y
recintos ilustrados por doquier. Entre las atracciones se hallan su Catedral
amarilla, con un estilo arquitectónico muy particular, el mercado municipal de
artesanías, la Plaza del Mariachi, y varias plazuelas como la Santa Lucía, La
Caridad y San Francisco. Cuenta con un gran número de cafeterías, restaurantes
y fondas locales donde se sirve un buen café y una muy buena comida.
Como me pasó en Corrientes, no todos
los lugares que dicen ser turísticos realmente lo son. Cuando en S.C fui a un
Museo de la Medicina, era simplemente una farmacia botánica…y en S.C es en la única
ciudad donde conviví un poco más con la pobreza y donde el turista estaba menos
protegido. También me llamaba la atención el notorio uso del dialecto Tzotzil.
San Cristóbal es un lugar de paso y por eso decidí no perder más tiempo, y dinero, y seguí rumbo hasta Palenque. Lo bueno de mochilear bien equipado, es que cuando llegás a la madrugada a un sitio, el chocolate, los caramelos, las barras de cereal y el agua que uno tiene guardado, siempre te sirven de cena. Llegué a Palenque y me fui al Hostel Mayabell pero como no tenían lugar, me tuve que cruzar al “Hotel” Del Marco y arreglarme con alquilar una hamaca con mosquitero al aire libre. Por la oscuridad en la que llegué y la vegetación, Palenque me parecía Vietnam. Comí un pedazo de pan que había abandonado en la cocina, tomé algo de agua de la canilla (algo arriesgadísimo en México), até mi mochila al árbol que sostenía mi hamaca y me desperté al otro día con el sol, los gritos de los toros (que sonaban como T-Rexs) y unos flacos fumando faso. Como para no despertarse sobresaltado y con hambre.
San Cristóbal es un lugar de paso y por eso decidí no perder más tiempo, y dinero, y seguí rumbo hasta Palenque. Lo bueno de mochilear bien equipado, es que cuando llegás a la madrugada a un sitio, el chocolate, los caramelos, las barras de cereal y el agua que uno tiene guardado, siempre te sirven de cena. Llegué a Palenque y me fui al Hostel Mayabell pero como no tenían lugar, me tuve que cruzar al “Hotel” Del Marco y arreglarme con alquilar una hamaca con mosquitero al aire libre. Por la oscuridad en la que llegué y la vegetación, Palenque me parecía Vietnam. Comí un pedazo de pan que había abandonado en la cocina, tomé algo de agua de la canilla (algo arriesgadísimo en México), até mi mochila al árbol que sostenía mi hamaca y me desperté al otro día con el sol, los gritos de los toros (que sonaban como T-Rexs) y unos flacos fumando faso. Como para no despertarse sobresaltado y con hambre.
Aunque parezca una exageración,
antes de mandarse de mochilero mucho tiempo, en Latinoamérica, recomiendo estar
en estado físico para que la altura sobre el nivel del mar no los afecte tanto. Tener algo de estado ayuda a las subidas y bajadas de calles y ruinas, y tener
un buen control hepático o estomacal también es recomendable por el cambio de agua y
comida. Regular las comidas y tener medicamentos te pueden salvar la vida. Por
suerte, después de Perú, regulo mis comidas, entreno y cuando mochileo no salgo
sin agua, pastillas de carbón y la Visa :)
Para llegar a las ruinas en Palenque
tuve que caminar 2 kms con ambas mochilas, nada que no haya hecho en Perú, pero
tenía 6 años menos...Igual el físico siempre me aguantó y sólo me extrañaba que
se me taparan y destaparan los oídos, como cuando uno viaja en avión, por los
cambios de presión debido a la altura. Cuando llegué a las ruinas de Palenque,
lamenté no haberme quedado unos días más en D.F o Puerto Escondido, porque el
lugar, aunque era la suficientemente lindo, no tenía mucho para ofrecer.



La ciudad de Palenque es el centro económico de la región noreste del estado y es el mejor lugar para iniciar una excursión a las zonas arqueológicas de Bonampak, Yaxchilán, Toniná así como a las Cascadas de Agua Azul y Misol-Há. Palenque se ubica a
Desde las ruinas me fui directo a
tomarme un bus para seguir camino y ganar tiempo. Una de las ventajas de México
es que los buses de larga distancia, y sus terminales, están bastante bien
organizadas, y viajan de noche; con lo cual uno se ahorra mucho dinero de
noches de hostels. Muchas horas de espera y algunas de viaje después, llegué a Mérida.
Capital del estado de Yucatán, Mérida México se
encuentra a 30 km .
al oeste de la costa del golfo de Yucatán. A pesar de su tamaño y su población de
un millón de habitantes, ésta es una de las más nostálgicas y hospitalarias
ciudades en México. Similar a la ciudad de Oaxaca, Mérida México combina
arquitectura colonial con rica herencia indígena. Numerosos museos y mercados
dan vida a la fascinante cultura maya en el área, mientras que en los
alrededores de la ciudad se encuentran algunos de los más importantes sitios
arqueológicos del mundo: Las ciudades de Chichén Itzá, Uxmal, Sayil, Kabah,
Labná y Edzná se encuentran en un radio de 160 Km . a partir de Mérida.
Mérida es otro lugar que no es vital
para conocer. Si comparo S.C, Palenque, Mérida y Oaxaca, entiendo porque todos
hablan tan bien de esta última. En Mérida me hospedé en el hostel Nomadas, o Kamp Krusty, como le pusimos con unos
colombianos que paraban ahí también. Las camas en mi habitación no tenían
ventilación y tenían mosquiteros como los que usan en los campamentos en Zaire.
Encima, tenía una compañera de cuarto que cuando llegué y la vi, después de
dejar mi mochila, le pregunté si estaba bien (porque claramente estaba
amarilla) y su “tengo cólicos”, decanto en oootra historia escatológica de
mochileo, que ya sería reiterativa con la de Perú. Pero sí, otra vez tuve que
coexistir con una diarretica y oficiar de doctor por estar preparado con un
amplio pastillero. Más allá de lo precario del hostel y que Mérida no tenía
mucho para ofrecer, de mi interés, al menos el hostel era barato, aceptaban
Visa e incluía el desayuno.
Desde Mérida, saqué un pasaje de bus para ir hasta Chetumal y cruzar la frontera con Belice, para penetrar en Centroamérica. En mi estadía en Mérida, visité las ruinas de Dzibilchaltun y Chichen Itza. De Dzibilchaltun disfruté mucho de nadar en los Cenotes.
Al visitar Chichen Itza, completé la profecía de la inmortalidad (Cuando estuve en la Isla del Sol en el Lago Titicaca, un viejo me dijo que si visitaba el triangulo: esa isla + Machu Pichu + Chichen Itza, alcanzaría la inmortalidad. Asi que no creo que estuviese hablando inmortalidad a lo Connor McLeod, pero sí quizás publique algo perdurable algún día :) En definitiva, de Mérida Dzibilchaltun y Chichen Itza son ruinas muy interesantes (y eso que fui en la época donde los turistas podían subir caminando a las pirámides), pero de todo México a mí me gustaron muchos las ruinas de Teotihuacan. Estas últimas son mis favoritas de México y las pongo en el puesto # 3 del continente: En el # 1 pondría las de Sacsayhuamán de Perú y en el # 2 las ruinas de Tikal en Guatemala. Destaco que el uso turístico que se les da a las ruinas en México, es un negocio serio y organizado; que no es lo mismo en Perú o Bolivia donde todo es mucho más informal y menos profesional.
Desde Mérida, saqué un pasaje de bus para ir hasta Chetumal y cruzar la frontera con Belice, para penetrar en Centroamérica. En mi estadía en Mérida, visité las ruinas de Dzibilchaltun y Chichen Itza. De Dzibilchaltun disfruté mucho de nadar en los Cenotes.
Al visitar Chichen Itza, completé la profecía de la inmortalidad (Cuando estuve en la Isla del Sol en el Lago Titicaca, un viejo me dijo que si visitaba el triangulo: esa isla + Machu Pichu + Chichen Itza, alcanzaría la inmortalidad. Asi que no creo que estuviese hablando inmortalidad a lo Connor McLeod, pero sí quizás publique algo perdurable algún día :) En definitiva, de Mérida Dzibilchaltun y Chichen Itza son ruinas muy interesantes (y eso que fui en la época donde los turistas podían subir caminando a las pirámides), pero de todo México a mí me gustaron muchos las ruinas de Teotihuacan. Estas últimas son mis favoritas de México y las pongo en el puesto # 3 del continente: En el # 1 pondría las de Sacsayhuamán de Perú y en el # 2 las ruinas de Tikal en Guatemala. Destaco que el uso turístico que se les da a las ruinas en México, es un negocio serio y organizado; que no es lo mismo en Perú o Bolivia donde todo es mucho más informal y menos profesional.
Para el 1 de Febrero me estaba yendo
de Yucatán y abandonaba esa interesante área con 3.000 cenotes y una población
que en su mayoría hablaba tanto Maya como Español. En ese lugar, ya en esa
época se comenzaba a desarrollar un problema de narcos, pero sólo se oían
comentarios de los locales, no había un consumo palpable, ni la triste realidad
terrorista de hoy. Me despedí de esa zona y con algunas varias horas de micro
mediante, llegué a Chetumal.
Honestamente no le presté mucha
atención al lugar, ya que estaba de salida, sólo quería entrar en Belice y
seguir camino hacia abajo. Al menos esa era mi idea. Cuando llegué a la frontera
con Belice, la guardia fronteriza nos trató de manera hostíl (a un contingente
israelí y a mí) y nos informó que para pasar debíamos pagar 100 dólares. Como
yo no sabía si esto era verdad, o era una coima que inventaban los de la
guardia fronteriza, y tampoco me iba a arriesgar a meterme la mano en la
riñonera y sacar dólares en frente de todos para pagar, me uní a otro argentino
que estaba con el contingente israelí y juntos decidimos entrar a Centroamérica
vía Guatemala.
En todos los viajes de micro que
hice, creo que vi películas como Godzilla y Cold Creek Manor al menos 3 veces y
lo que no me enfermé del estomago, me enfermé del resfrío por el aire
acondicionado a full que usaban en esos micros. Igual agradezco a que en México
se pueda viajar de noche, las terminales sean relativamente seguras y al menos
haya buses a todos lados cada 8 horas.
Asi que como no había nada directo,
nos fuimos desde Chetumal hasta Cancún (donde sólo bajé del micro para mirar –
y es asquerosamente yanqui como la imaginaba – y comer un sebute), y de ahí nos
fuimos a Comitán para empezar a abandonar mi querido México y entrar en
Guatemala.
Toda la vuelta desde la frontera con Belice a la frontera con Guatemala nos llevó prácticamente un día y llegamos a la frontera guatemalteca a las 11 de la noche, en un ambiente digno de una distopia. De Comitán, junto al argento llamado Nicolás, llegamos a Cuauhtemoc, que es un paso fronterizo que hace parecer a Villazón en Bolivia como parte de Mónaco. En el paso fronterizo de Cuauhtemoc, no había otras luces que no fueran las de los autos y las de los puestos de comida que estaban en los laterales de las rutas. El micro (sí, singular), salía a las 12 de la noche y el próximo al otro día a las7 a .m. Yo ya venía retrazado,
de noche hacía mucho frío para quedarse sentado al lado de la ruta (no había ningún
tipo de refugio) y como ya estaba jugado, con mi compatriota nos mandamos, y
vaya que nos mandamos. El bus que nos cruzaba la frontera y nos dejaba en
Guatemala City, era un micro escolar sin asientos, sin luces, donde habría cuatro
personas sentadas en el piso por metro cuadrado. Como yo venía con bastante
dinero, no me quise sentar al lado de nadie, porque cualquiera que saque un
cuchillo en medio de la noche, en medio de la oscuridad de un micro a oscuras,
en medio de la nada, le tenía que dar todo y volverme llorando. Asi que
mientras Nicolás la parió sentado y rodeado por gente que sólo quería cruzar,
pero uno viaja con cagazo igual, a mí se me ocurrió viajar en el baño de un metro cuadrado con otras dos señoras: una sentada en el inodoro, una
sentada en el piso y yo me senté en el lavatorio. Así viajamos, cortando clavos
casi toda la noche, hasta que al llegar por la madrugada a Guatemala City, nos
cercioramos de estar sanos con Nicolás y nos separamos cada uno por su lado, él
seguía para el sur y yo me abría para llegar a Antigua.
Toda la vuelta desde la frontera con Belice a la frontera con Guatemala nos llevó prácticamente un día y llegamos a la frontera guatemalteca a las 11 de la noche, en un ambiente digno de una distopia. De Comitán, junto al argento llamado Nicolás, llegamos a Cuauhtemoc, que es un paso fronterizo que hace parecer a Villazón en Bolivia como parte de Mónaco. En el paso fronterizo de Cuauhtemoc, no había otras luces que no fueran las de los autos y las de los puestos de comida que estaban en los laterales de las rutas. El micro (sí, singular), salía a las 12 de la noche y el próximo al otro día a las
Había abandonado México, la cual me
recibió y trató con demasiado amor, y como todo lo que sube tiene que caer,
pasé del amor de la tierra de Zapata a la hostilidad de la unión de America del
Norte y America del Sur. Como en un relato de carácter aristotélico, mi salida
de México fue el final del Acto I. Al entrar en Centroamérica, entraba en el
Acto II, la parte más complicada de cualquier relato.
A
PUNTO DEL VOTO...
Por
Jessica Servín
Para
cuando éste texto sea publicado, seguramente estaré odiando todo el circo
político que dejaron las campañas electorales de mi país. Hoy, México se debate
entre “ideologías” de repúblicas amorosas, compromisos firmados y un repugnante
discurso feminista, que lo único que me hace pensar es que esa lucha de hace
siglos, sigue sin ser útil a nadie. Ah! sumado a la inflada alegoría hacia
grupos estudiantiles fabricados, para anexar adeptos a partidos y hacernos creer
que ya “llego” la “primavera mexicana”,
¡por favor!
En fin,
si de por si con los más de 50 mil muertos y la captura de los hermanos, primos
y hasta hijos del Chapo, hemos pasado de la violencia al ridículo mundial, pero
así es la política en Norteamérica (bueno en México porque EU y Canadá se
cuecen a parte) y como ya lo dijo Cristina Pacheco (periodista) “aquí me tocó
vivir”. Y no, no me da vergüenza, ni tampoco me quiero largar a otra nación,
México tiene más virtudes que toda esta basura de poder.
La cultura,
la música, la creación literaria, se van abriendo camino cada día, y hoy
tenemos cientos de espacios y plazas para vivirla, desde autocinemas, tianguis
nocturnos y conciertos gratuitos, eso es lo más sabroso de vivir en una ciudad
de más de 20 millones de personas y de existir en un país lleno de historia y
gastronomía Patrimonio de la Humanidad.
Y ya que tocó este tema, quiero cerrar este texto diciendo que los
Mayas, NO predijeron el fin del mundo, así que ya, dejen de pensar en eso y
mejor hagamos un cambio en nosotros por la llegada de un nuevo ciclo, ese es el
verdadero legado de nuestros ancestros: bajar al inframundo para subir y
renacer como águilas guerreras y viajar, quizás, a otros planetas para
descubrir la verdad, una verdad, que sin preguntármela me la respondo siempre
que voy a trabajar y edito una nueva página, regreso a casa en bicicleta y veo
mi serie favorita ¿para qué hacer tantas cosas? Y creo que como decían los
mayas, eso lo sabre, hasta la muerte, ahí donde Fuentes, Paz, Monsiváis y
tantos y tantos ya están.
Jessica Servín es Periodista y Coeditora de la
revista Fernanda. Colabora
con varias revistas y periódicos, impresos y digitales, especializados en
viajes y estilos de vida. Fue reportera
de El Universal y coeditora del sitio lagiraffe.com. La Embajada de Estados
Unidos en México le otorgó, en un concurso, el primer lugar por el mejor artículo turístico
publicado sobre ese país. Algún día sueña con acompañar, en alguna de sus
giras, a los Pixies y retratar su travesía. Sufre el síndrome de Kubrick, que es como el Mal de Montano pero aplicado al cine, por
ser una cinéfila crónica ;)
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